Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Tristeza

Hay momentos en la vida que, justo en el instante en que los vives, ya eres conciente de que han quedado en tu alma y en tu retina para el resto de tu vida.
Yo, ayer, supe inmediatamente que el momento que estaba viviendo iba a ser uno de esos, y supe que esa mirada la iba a llevar prendida de mi alma para siempre.

También vivencié aquello de que el amor es capaz de transformarnos, de mover y cambiar las cosas de sitio no solo en nuestro corazón, sino también en nuestra mente, en nuestros comportamientos y nuestras actitudes.
Así, ayer me sorprendí viviendo un momento que nunca pensé que podría ser capaz de sobrellevar, y fue la capacidad de mantener su mirada fija en la mía durante tanto tiempo; una de las cosas más duras y difíciles que he tenido que vivir jamás. Algo que no sé si sería capaz de volver a vivir con la misma serenidad.

Nunca una mirada fue capaz de transmitirme tanto; nunca una mirada fue capaz de hacerme entender tantas cosas.
Era una mirada profunda, fija, inmensamente triste. Infinitamente triste.

Sé que todos vivimos momentos tristes, y sé que todos compartimos en muchas ocasiones los momentos tristes de personas a las que queremos. Pero aquella mirada era tal que, más allá de compartir su tristeza, su tristeza se hizo mía. Y era tan profunda e infinita que, hoy, todo cuanto siento, todo lo que miro, todo lo que toco, todo, todo... todo es inmensamente triste. Tan triste como su mirada

Y no podía hacer nada, tan solo, mantener esa mirada fija de sus ojos en los míos. Dejar que me hablase con ella, escuchar desde el silencio como se expresaba su corazón, su propia alma, aunque él solo expresara una cosa: esa tristeza infinita

Una tristeza que me acompaña desde entonces, que me desborda.
De vez en cuando, una lagrima cae por mi mejilla y entonces, solo entonces, soy consciente de la tristeza que me envuelve y que me habita. Su propia tristeza.

Y si el genio de la lámpara se presentase hoy ante mí, tan solo le pediría una cosa: por favor, llévate esa tristeza de su alma, arráncasela de sus ojos. Por favor, por favor.