Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Abriendo puertas

Caí en mi propia trampa cuando inicié este blog. No sabía porqué lo hacía cuando lo inauguré con aquella entrada “En zapatillas de ir por casa”, pensando en abrir una ventana desde mi interior, por la que cualquiera pudiera asomarse, sin importarme que pudiera hacerlo hasta lo más profundo, escondido y recóndito de mi alma.
Con el tiempo descubrí que también hay una parte de mí misma donde no quiero que entre nadie, por eso ahora me cuesta tanto escribir en este espacio.

Últimamente estoy muy metida en mí misma, intentando no elucubrar demasiado con mis propios sentimientos, porque sigo huyendo del pensamiento “racional” que considero la mayor de las trampas que la vida nos puede tender y que nos juega las malas pasadas de manipular sentimientos y vivencias, hasta hacernos caer en el engaño más absoluto.

Así, tan solo me limito a sentir y a dejar que mis pasos recorran libremente el sendero que sea, sin hacer caso de aquello que pueda opinar mi mente y, mucho menos, las mentes de los demás.

Esto me ha conducido hasta nuevos lugares, atravesando paisajes y alcanzando perspectivas, impensables para mí hasta no hace mucho.

Tengo que reconocer que hay una gran parte de dolor, decepción y desánimo en mi corazón ahora mismo, porque desde este nuevo lugar en que me encuentro, donde intento que las cosas sean por sí mismas sin intentar tergiversarlas ni manipularlas, me enfrento a todo aquello a lo que siempre cerré la puerta de mi corazón y que filtraba a través de mis pensamientos, mis creencias, mis ideales, para acabar eligiendo quién o qué entraba o no entraba, más allá de la puerta del vestíbulo.

Fui atesorando todo aquello que yo creía que era lo mejor y más hermoso. Y sobre esos tesoros fui construyendo los cimientos de mi vida, mi seguridad, mis puntos de referencia, mis certezas, mis motivos para batallar, mi refugio para descansar, y mis lealtades más inquebrantables.
Cualquier cosa que ahora escriba saldría de ese lugar recóndito del alma que todos guardamos para nosotros mismos y donde he descubierto entidades fantasmas que en teoría no estaban ahí porque no les había dejado pasar, pero que, en realidad, formaban parte de un decorado interior del alma que, sencillamente, me negaba a ver.

Pero también es verdad que, por otro lado, me voy sintiendo poco a poco más liberada. Sé que nadie ni nada me ha decepcionado, porque fui yo misma quien esperaba de la Vida y de la gente algo subjetivo creado por mis propias necesidades. Fui yo misma quien establecí los puntos hacia donde quería ir, el horizonte que quería recorrer y a las personas a las que quería abrazar.

Tengo claro que nada se debe esperar de la Vida, salvo lo que ella misma tenga a bien regalarte. Nada se puede pedir de los demás, salvo lo que ellos mismos te quieran o te puedan dar, y de la manera que ellos quieran o sepan darlo. Y cuando la Vida en general o alguien en particular te regala algo, sé que siempre lo harán desde su propia esencia y perspectivas.

No puedo esperar que el mundo funcione como a mí me gustaría. Constantemente paran trenes en mi propia estación y yo elijo subirme o bajarme de ellos, desde mi libertad. pero lo que no puedo pretender es dirigirlo hacia donde yo quiero, ni que el viaje transcurra de aquella manera que, subjetivamente, a mí me gustaría.

Así pues, en ello ando, decidiendo a qué trenes me subo o de que trenes me bajo, pero siempre teniendo en cuenta que yo no puedo manipular su trayectoria ni esperar que mis compañeros de viaje se adapten a mis necesidades o respondan a mis expectativas.

Entiendo que hay que caminar por la vida agradeciendo, aprendiendo, valorando la vida, la gente y los acontecimientos, por lo que tienen de grandeza y maravilla en sí mismos, sin utilizar jamás mi propia vara de medir.

Todo ello es algo que siempre tuve claro, pero genera cierto desconsuelo cuando te lo tienes que aplicar a ti mismo en un momento concreto y trascendente de tu vida. No es la vida quien nos decepciona, ni la gente, ni las situaciones... Nada decepciona si, antes, uno mismo no ha creado sus propias expectativas personales y totalmente subjetivas respecto a todo ello.

Aquí me quedo, pues, barriendo el alma, haciendo sitio, intentando llenarla de luz, sorbiendo lagrimitas y mocos y, como decía en mi anterior entrada, intentando rendirme a la Vida, sin esperar más de ella que aquello que me quiera regalar, desde el convencimiento de que siempre será mejor que aquello que yo me obstine neciamente en obtener.