Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Te espero esta noche en el Hafa Café

Ella siempre está, pero no se nota.

Hay que conocerla mucho para saber lo que guarda dentro, porque ella es de natural silenciosa. Observa y calla.
Ella es la que siempre está, aunque jamás lo dice, pero quienes la conocemos sabemos que está ahí, a un golpe de teléfono, a un timbrazo de su puerta o, simplemente, a una mirada de la tuya cuando la tienes cerca.

Sabe escuchar como nadie que yo haya conocido nunca. Escucha lo que dices intentando llegar a lo más profundo de ti misma, sin interponer sus propios filtros. Ella nunca interpreta, nunca presupone, nunca juzga.

Escucha desde lo más profundo de su corazón, allí donde no existe ningún tipo de condicionamiento y donde no hay etiquetas que pegar sobre el pecho de nadie. Por eso ella nunca dice “es que tú eres...” o “sería bueno que tú...” Nunca te califica porque escucha desde el corazón y ése no entiende de juicios ni de prejuicios.

Ella es leal. Probablemente la persona más leal que he conocido nunca. Ella también entiende de dolor y decepciones, pero ha aprendido a resolverlo todo en el fondo de su alma, cerrar heridas, y continuar como si nada hubiera ocurrido, aceptando las nuevas situaciones, a veces con un punto de tristeza, y manteniendo su lealtad inquebrantable hacia quienes ella quiere, aunque la hayan herido.

Ella siempre está, pero no se nota.

Ella saber leer entre líneas e interpretar silencios. Respetuosa, se mantiene en la distancia hasta que le das permiso para entrar. Y entonces descubres que siempre estuvo ahí, que siempre supo si estabas triste o feliz, o sola, o agobiada, o perdida, o enfadada, pero nunca dio un paso al frente para no invadir tu espacio. Ella nunca entra sin llamar primero, o –más todavía- espera un gesto antes siquiera de atreverse a llamar.

Y, sin embargo, ella siempre está en tu puerta, alerta, esperando una señal para cruzarla cuando la necesitas.

Ella nunca hace preguntas, nunca te cuestiona, ni cuestiona lo que piensas o lo que sientes. Tan solo lo comparte hasta el punto exacto en que tú le das permiso. Sin embargo, sabes que ella es capaz de llegar mucho más lejos, hasta lo más profundo, porque es compasiva y comprensiva, y sabe ponerse en tu piel olvidándose de la suya propia. Sin embargo, ella guarda silencio y solo lo rompe cuando se la fuerza a hacerlo; entonces se expresa con cuidado, con delicadeza, desde la prudencia, la humildad y el respeto más absoluto, como disculpándose por expresar su punto de vista que, siempre tiene claro, no es más que su propia visión de las cosas y, no por ello, tiene que ser la más acertada, ni estar cerca de la verdad.
A pesar de ello, la experiencia de caminar a su lado me ha hecho ver que casi siempre lo está.

Ella no recrimina que la gente que quiere la prejuzgue, o la haga responsable de aquello que jamás hizo, o que nunca pensó, o que nunca sintió. Busca una oportunidad para enmendar el error y descubrir a los demás la verdad que guarda en su corazón. Pero si no encuentra esa oportunidad, o no se la dan, tan solo lo acepta, guarda silencio, sonríe con un atisbo de tristeza, y continúa caminando al lado de los suyos, aunque no sepamos tratarla del mismo modo que ella hace con nosotros: con el corazón abierto y limpio, de manera generosa y sin un solo reproche.

Es pequeña y liviana, pero yo la he visto crecerse como un gigante para defender a los suyos. Ella sabe como hacerlo: espera a que pase su rabia para no herir a nadie y, desde la calma, con toda la fuerza de su corazón y con suma lucidez, se enfrenta a aquellos que ofendieron a su gente y los deja patas arriba en el campo de batalla, a solas, con su propia conciencia removida.


Ella es la mejor compañera de camino. Siempre cerca, siempre generosa, sin vueltas ni dobleces, noble, leal y protectora, a pesar de su aparente fragilidad.

Ella encarna toda la grandeza y, al mismo tiempo, toda la simplicidad del amor.

¡Ella me enseñó tantas cosas! Cuántas veces intenté entender sus decisiones y cuántas veces las consideré equivocadas; cuántas veces la juzgué erróneamente; cuántas veces no supe interpretar sus silencios o su distancia forzada. Ella misma, con su actitud, y sin reproches, me hizo ver cuán equivocada estaba yo en ese afán de entenderla desde mis propios esquemas y mis propias verdades, sin ser capaz de actuar como ella, es decir, olvidando mis zapatos en casa y calzándome lo suyos propios para entender su manera de caminar por la vida.

Pero ella nunca me dirá si supe o no supe estar a su altura. Sé que si no lo hice, ella lo entendió, y que no guarda en su corazón ni un solo pensamiento de censura ni de agravio, porque ella sí sabe calzarse mis zapatos de caminar por la vida y entender mi manera de sentir y de actuar.

Ella es, sencillamente, la amiga. Mi amiga.

Y es también con la que planeo o improviso instantes llenos de vida, de frescura, de espontaneidad. No importa si la propuesta es tomarnos mañana un té en Tánger, o una caña en la cervecería de la esquina, o un paseo por el campo o junto al mar.

Y, a veces, nos olvidamos de que “tenemos que arreglar el mundo” o de cómo hacer equilibrios para llegar a fin de mes, y nos sentamos frente a la tele a llorar como niñas escuchando los discursos de la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, comiendo cacahuetes y tomándonos un vino.

Con ella es fácil caminar tranquila, sin miedos. Con ella todo surge de manera espontánea, no me esfuerzo por demostrar que soy mejor de lo que soy, y puedo barrer tranquilamente los rincones más oscuros de mí misma y sacar mis miserias a la puerta, sabiendo que, lejos de recriminar mi actitud o leerme la cartilla, va a continuar caminando a mi lado, pacientemente, aceptándome como soy,  humanamente imperfecta. Tal vez, en exceso imperfecta.

Ayer, cuando la vi delante, entre el mar y yo, con esa luna llena y amarilla brillando sobre su cabeza, de repente sentí la necesidad de agradecer a la Vida, otra vez, el regalo de estar viva, de hacerme cómplice de su esplendor, de su belleza, y de poder compartir esos instantes de plenitud, de infinita alegría, con alguien como ella.

Si, ella es así.

Ella siempre está, aunque no se note, aunque a veces permanezca callada, silenciosa: aunque camine sin apenas hacer ruido.

Ella siempre está, con la mano tendida, con el corazón abierto, generosa y leal.
Ella es, sencillamente, la amiga de sus amigos. Mi amiga.

Gracias, María.
Nos vemos esta noche en el Hafa Café