Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Síndrome postvacacional o vacaciones permanentes, yo elijo.


Hace un mes inicié mis vacaciones con la alegría que todos sentimos en un momento así. Mi último día de trabajo fui saltando de mesa en mesa y de despacho en despacho, como ya es habitual en mí, despidiéndome de mis compañeros con un “¡Me voy de vacaciones, hasta el mes que viene!”

Tenía un millón de planes y de proyectos en los que emplear mi tiempo libre: leer mucho, nadar todo lo posible, caminar a primera hora de la mañana o al atardecer por la montaña o por la playa, estar el máximo de tiempo posible con mis amigos,... hasta pensaba organizar un poco mi casa, que falta le hace.

Lo cierto es que hace unos días cerré ese paréntesis anual, irrepetible hasta el próximo año, sin haber hecho prácticamente nada de lo que me había propuesto.
Las circunstancias y los hados parece que se han puesto de cuerdo para que durante estas semanas hayan ido surgiendo día a día imprevistos, sucesos familiares, y otros acontecimientos que, de alguna manera, me han dejado un tanto exhausta de tantas idas, vueltas, y peripecias.

De todas formas, una vez más, he vuelto a comprobar que no importa que los planes se nos vengan abajo si tenemos recursos para paliar la desilusión que nos produce. Y mi recurso, una vez más, ha sido el agua.

Como el verano pasado, he ido arañando tiempo de aquí y de allá para zambullirme en el agua a la mínima ocasión.
... El calor del sol en mi piel y el contraste con la frescura del agua... El verdor de la hierba donde me tumbaba para secarme, las mariposas que revoleteaban a mi alrededor, las ardillas descaradas que pasaban por mi lado a beber agua mientras yo permanecía inmóvil y silenciosa, sumergida en las páginas de mi libro...

Estos momentos, aunque no hayan sido tantos como yo hubiera deseado, han sido mucho más intensos de lo que jamás hubiera planificado, y han suplido con creces cualquier otro plan que yo hubiera podido establecer.

Las vacaciones no dejan de ser otra cosa que un paréntesis en nuestra vida cotidiana y, aunque está en el deseo y en la mente de casi todos nosotros aquello de “desconectar”, me he dado cuenta de que no es necesario programar un viaje a ninguna parte para romper esa monotonía en la que estúpidamente convertimos nuestra vida, así, sin darnos cuenta.

Es suficiente con encontrar momentos para uno mismo y, a ser posible, romper los muros de nuestra casa e ir mucho más allá de sus ventanas. La luz, el viento, el agua, la vida entera nos espera mientras nosotros nos adormecemos en un sofá o tras la pantalla de un ordenador.

Sé por propia experiencia con cuanta facilidad nos ponemos excusas para no hacerlo. Con cuanta facilidad brotan los “no puedo” de nuestras mentes, y con cuanta facilidad nos amoldamos a ese ritmo de vida artificial y antinatural, sumidos en nuestras obligaciones y limitaciones, la mayoría de las veces autoimpuestas.

Pero he aprendido, también por propia experiencia, que más allá de las mentiras que somos capaces de contarnos, la luz, el cielo azul o estrellado, la lluvia, el viento, la risa de nuestros amigos..., nos esperan más allá de esa prisión de cotidianidad a la que nosotros mismos nos condenamos por propia voluntad.

Y así, este mes de vacaciones sin viajes a ninguna parte ni demasiado tiempo para descansar, ha estado lleno de momentos de luz y de alegría.

Volví a fundirme con el sol y con el agua, a veces a primera hora, otras veces al anochecer, o a las horas de máximo calor... cuando podía, en el hueco más pequeño, corría con mi toalla a zambullirme, a sentir como el agua se deslizaba entre los dedos de mis pies, como la cortaba con las manos, como me envolvía toda con su manto cristalino de frescura y de vida.

He vuelto a incorporarme a mi trabajo, pero continúo escapándome cada vez que puedo: el mar, el Cabriel, una simple piscina... cualquier lugar, en cualquier momento, me ofrece momentos de magia, de alegría, de libertad, de vida.

No pasa nada si fallan nuestros planes. Al final, y como siempre, si dejas a la Vida hacer bien su trabajo, cualquier instante de los que te ofrece puede convertirse en el instante más sagrado, más feliz, mas relajado y más intenso que tal vez no seamos capaces de encontrar en el mejor y mas lejano de los viajes.

En realidad, creo que vivir es el mejor de todos los planes y no es necesario establecer una fecha en el calendario, excepto la que la que la propia Vida misma haya decidido por nosotros.

Mientras tanto, me he propuesto que este verano, a pesar de que está ya tocando a su fin, no va a suponer un cierre de paréntesis en mi vida cotidiana.

Sé que tendré que dejar de jugar con el agua en breve, pero podré seguir disfrutando la alegría de unas vacaciones permanentes y disfrutar de cada instante mientras yo misma, la naturaleza y mi gente me lo permitan.

La vida no nos abre y cierra más que un único paréntesis, el tiempo que permanecemos en este mundo, y no seré yo quien se obceque en disfrutar de ella tan solo el tiempo que marca mi calendario laboral.

Mientras tanto, seguiré disfrutando zambulléndome en el agua cada vez que pueda. Después ya vendrán otras cosas, otros paisajes, otros juegos, otras maneras de ser consciente del enorme privilegio de estar viva.