Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


Escuchar como crece una flor

Recuerdo muchas veces aquel día, tumbada sobre la pinocha junto a mi padre, en un claro del bosque a la orilla del río Cabriel.
No recuerdo los años que tenía: 5, tal vez 6, o quizás menos.

Junto a nuestras cabezas crecía un romero que no era mucho más grande que mi mano. Tampoco recuerdo de qué podríamos estar hablando, pero seguramente él estaría dándome una de esas lecciones que los padres damos a nuestros hijos y luego, como es el caso, olvidamos demasiado rápido y demasiadas veces.
Lo único que tengo claro, por descarte, es que me estaba hablando de la naturaleza y de la vida, porque de aquella conversación tan solo recuerdo una parte, y es aquella en la que me hizo levantar la mirada mientras él señalaba a la pequeña planta de romero:

¿Ves este romerito? Pues cuando nos vayamos de aquí él seguirá creciendo y creciendo, y algún día podrá llegar a ser más alto que tú si lo dejamos crecer tranquilo, porque hasta las cosas más pequeñas pueden convertirse en grandes cosas, pero no nos damos cuenta porque no nos fijamos en como lo van haciendo."

No recuerdo si me planteé a qué cosas se refería, salvo a aquel romero y a los árboles que nos rodeaban, pero juro por Dios que aquel momento lo llevo en la memoria desde entonces, y lo recuerdo con la misma claridad que si hubiera transcurrido hoy mismo. Tampoco recuerdo que pude contestarle, o si él siguió hablando más. Solo recuerdo esas palabras, y a nosotros dos mirando atentamente aquella plantita, y - vete tú a saber porqué- lo mucho que me marcaron.

El sentido de aquella observación se lo fui dando poco a poco a lo largo de mi vida. Pero, incluso en aquel momento, adaptándome al sentido mas literal y concreto de sus palabras -que era hasta donde yo podía llegar por mis pocos años- me hizo vivir y experimentar auténticos momentos mágicos ya en mi infancia.

Y así, me acostumbré desde niña a tumbarme en silencio bajo los árboles, junto a las plantas y los arbustos, y a observar sus pequeños cambios casi imperceptibles, sus procesos de floración y el cambio de color de sus hojas. Me acostumbré a hablarles y a acariciarlos y, cerrando los ojos, intentaba incluso escucharles. Siempre estuve convencida de que parte de los sonidos que escuchaba con los ojos cerrados era el de las propias flores creciendo, e intentaba identificarlos sobre los demás sonidos del bosque.

Hoy he recordado a aquella niña, tumbada en medio del bosque, creyendo escuchar como crecían las flores, y me ha inspirado una ternura tan infinita...

Siento una profunda gratitud hacia mi padre porque, tal vez sin darme cuenta como él decía, fue también creciendo en mi interior esa increíble conexión que tengo con la vida y que aprendí desde niña caminando por el bosque, observando sus cambios, sus procesos, sus sonidos, sus colores... Las piñas se cierran cuando llueve y, solo entonces, puedes ver a las ranas jugando y yendo de excursión, a saltitos, entre las piedras de la orilla.

Y yo, que tengo una especie de fobia por todo aquel animalito con patas clasificado como arácnido, dejo que las arañas tejan sus telas entre las plantas de mi terraza, y les pido perdón cundo las molesto mientras destrozo su tela para decidir si hoy será un buen día para ir a la playa: cuando las observo presurosas retejiendo su tela sé que puedo coger mi toalla, pero si pasados 15 minutos todo continúa igual, mejor me quedo en casa porque, seguramente, esta tarde me sorprenderá una tormenta de verano.



La verdad, todavía hoy me gusta tumbarme bajo los árboles, mirar el cielo entre sus ramas y cerrar los ojos para escuchar lo que me dicen. Y, todavía hoy, estoy convencida de que alguno de los sonidos que escucho es el que emiten los romeros y los espliegos al crecer, aunque todavía no haya aprendido a distinguirlo.

El auténtico milagro se da cuando te sientas, silenciosa, a escuchar el sonido de tu propio corazón y a observar como la Vida y el amor van creciendo en él, como las flores.

Tan solo, como me dijo aquel día mi padre, hay que ser conscientes.