Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


El Café Hafa de Tánger

Hace un tiempo que empiezo a notar el cosquilleo de Tánger, y acabo de descubrirme mirando un calendario y buscando una fecha posible y cercana para  arrancar el motor de mi coche, enfilar hacia el sur, y embarcarme en un ferry  caminito de esa ciudad que me tiene atrapado el corazón y las entrañas.

Yo, que no suelo recordar mis sueños, llevo varios días que me despierto con la imagen bulliciosa de sus calles y con algunas de las caras que, a fuerza de ir tantas veces, ya me resultan familiares. Pero, sobre todo, me veo subiendo la colina que me conduce hasta el Café Hafa y pidiéndole al hombre de siempre, enjuto y de cara adusta, un té a la menta rebosante de hierbabuena, mientras mi mirada se pierde en esas aguas donde se funden el mar Mediterráneo y el océano Atlántico en un abrazo de azules increíble.

El día que tuve la suerte de conocer personalmente a Luis Eduardo Aute, autor de la canción “Hafa Café”, le dije que teníamos algo en común, el Hafa,
-“¿Sigue siendo tan cutre?” me preguntó.

 Un lugar “cutre” donde la vida se abre paso entre las flores, las gaviotas y la esperanza de aquellos que miran al horizonte soñando con una patera que los cruce hasta el otro lado, ese horizonte prometedor donde se adivina, de un verde brillante e intenso,  la costa española, el sueño de una Europa que no es –ni con mucho- lo que ellos imaginan.

Las mesas de sus terrazas han sido testigos mudos de momentos importantes de mi vida y de algunas de las personas que yo mas quiero. Allí he visto llorar a mi gente, y he visto reír a la misma gente. Allí hemos trazado sueños y hemos intentado enterrar el dolor y la tristeza.
También me he sentado sola, con un cuaderno en la mano donde plasmaba mis sueños y mis decepciones, o con un libro, en cuya lectura no avanzaba a fuerza de levantar la mirada buscando el azul del mar. Incluso he viajado sola hasta el Hafa de Tánger con el único propósito de no hacer nada, tan solo el de abandonarme al lugar y al momento, y limitarme a sentirlo y a sentirme.

El Hafa se abandona en la colina de Tánger y se descuelga perezoso hacia el mar.
La modernización ha querido barrerlo, pero no ha podido. La última vez que estuve contemplé las obras de construcción de una carretera que se llevó el mar de cañas, zarzales y adelfas que lo unían al otro mar de azules aguas. Ver el cemento a mis pies me causó una infinita tristeza. Pero, en cualquier caso, el Hafa se mantiene orgulloso sobre sí mismo, dominando el horizonte y atrapando vientos, atardeceres, sueños, lágrimas, risas, música y promesas.

Cuando estoy allí, imagino a Bowles y a Bertolucci  escribiendo durante semanas el guión del “Cielo Protector”. Imagino los flequillos insolentes de los Beatles, el pincel mágico de Matisse, la ternura de Aute, la guitarra de  Jimi Hendrix, las plumas de  Hemingway y Miller volando sobre un papel..., todos ellos se han sentado en las mismas mesas desvencijadas, en las mismas sillas oxidadas en las que yo me sigo sentando cada vez voy.

El Hafa es la libertad, el lugar prohibido donde los tangerinos fuman sus pipas de kif, las mujeres se quitan el velo, y por las noches se escuchan los acordes de una guitarra española o los sonidos de las darbukas.
El Hafa huele a salitre, a flores, a marihuana y a hierbabuena.

Cierto es que con el tiempo se va transformando, y que no solo cubrieron de cemento el pie del acantilado donde mueren sus terrazas, también los jóvenes escuchan los 40 principales o los partidos de futbol de la liga española, pero el Hafa continua conservando su esencia, su belleza, esa energía que cautivó a músicos, pintores, escritores y cineastas. Esa magia que me sigue atrayendo, ese velo de misterio que se alza orgulloso sobre la colina y se descuelga, por el otro, lado hacia los acantilados sobre dos mares. 

Y no tengo que volar hasta el desierto que se extiende más al sur, para sentir que realmente me encuentro bajo un cielo protector donde nada malo puede pasarme, donde tan solo hay una cosa que puedo hacer, solo una, sin más opciones: vivir el instante.

No puedo cerrar esta página sin repetir la frase que tanto significa para mí y para algunas de las personas que yo más quiero: Te espero esta noche en el Hafa Café.

Os espero ahí a todos, en un lugar donde el tiempo se detiene y no te queda más remedio que sentirte vivo.


Aqui os dejo unas imágenes de Tánger y del Hafa Café, con la voz de fondo de Luis Eduardo Aute y los rostros de algunas de las personas amadas con las que he tenido el privilegio de compartir un té a la menta mirando hacia los dos mares.