Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena. (M. Gandhi)


Nadie comete un error mayor que aquel que no hace nada porque solo puede hacer un poco. (E. Burke)


Dirán que andas por un camino equivocado si andas por tu camino. (A. Porchia)


AÑO NUEVO. RECOMENZAR SIN RENCOR


Estrenamos año y una nueva ramita de muérdago cuelga sobre mi puerta.

La navidad supuso, en cierta medida, una tirita colocada sobre mis heridas, con urgencia, torcida, entre copas de cava y mazapanes, luces en el árbol y reuniones con gente amada. 

Indudablemente, el año que se ha ido ha sido nefasto en casi todos los sentidos y para casi todo el mundo 

En él descubrimos con espanto que aquello que les veníamos robando al Tercer Mundo con la complicidad de las élites políticas y económicas, nuestros mismos  aliados nos lo quitan de las manos y lo guardan en sus bolsillos con el mayor de los descaros mientras nos culpan a nosotros, incrédulos ante tanta desfachatez. 

El año en que confirmamos que el Estado y las instituciones democráticas se reducen a una simple pantomima. 

El año en que prevaleció la mentira, el abuso, la injusticia, la pérdida de derechos y libertades, la necedad de tantos, el letargo de muchos y la impotencia de otros. Y, también, nuestra necesidad de batallar, repartir, compartir y ayudar, frente a la incapacidad para llegar a más. 

A nivel personal ha sido un buen año; un año en el que fueron cristalizando cosas que todavía andaban por dentro difusas y difuminadas.  Conseguí darles una forma tangible y un color consistente. Y un aroma de paz que ha impregnado mis días y mis noches. 

Muchas veces me he visto, sorprendida, observando “mi obra”, contenta, después de estar tanto tiempo trabajando en ella. Sé que está inacabada, porque este trabajo no termina nunca y de vez en cuando te sigues descubriendo manchas en el alma sobre las que frotar, y recuerdos, sentimientos, emociones y heridas que, de vez en cuando, afloran en todo su esplendor de caos y confusión, haciendo que todo se tambalee de nuevo. En ello ando, con el estropajo y la bayeta, limpiando lo que me sobra e intentando sacar brillo a lo que vale la pena conservar. 

He ido creando un mundo nuevo sobre el que volver a levantarme después de haber caído, hace tiempo, en un agujero profundo y oscuro, donde tan solo descubría sombras y en el que los sentimientos que me sobrevolaban eran el de la decepción, la frustración, la culpabilidad por sentirlos, la inseguridad y el miedo. 

Pero de todos mis pecados, hay uno del que me eximo: la capacidad para el rencor. Y lo sé porque el rencor genera la necesidad del desagravio, incluso deseos de resarcimiento y de venganza. Y nunca sentí ni una cosa ni la otra hacia quienes me hicieron daño. Tal vez sí hacía mi misma, es cierto, pero también aprendí a perdonarme. 

La noche de fin de año, cuando quemé el muérdago que había colgado sobre mi puerta durante todo el año que se iba, quemé junto a él lo peor de esos meses. Y fueron dos cosas: una me la guardo para mí y para el cosmos, pero la otra era esta, la incapacidad para la compasión y el perdón de tanta gente y la habilidad para recrearse en el rencor, justificándolo de mil formas posibles. 
 Nada bueno puede construirse sobre esos sentimientos que siguen envolviendo nuestra vida en muchos de sus ámbitos. Por mucho que intento sacar mi escudo protector, esos sentimientos que me llegan desde fuera lo atraviesan y me impiden avanzar en la misma medida que les impide avanzar a quienes los sienten, y me dañan en la misma medida que los dañan a ellos. 

Me gustaría, más que ninguna otra cosa, que este fuera el año del perdón y la compasión; del trabajo personal y en equipo, sin desafíos, discordias, enconos, ni resentimientos. Del espíritu de lucha y de superación, desde una base sólida de justicia y no de necesidad del desagravio; de concordia y no de desunión. 

Un año para la lealtad y la hermandad, sin etiquetas grapadas en la frente del otro. Un año para mirarse a los ojos y ver más allá de ellos. 

Y, cansada también de dar explicaciones de lo que considero obvio, espero que también sea un año en el que nadie me recrimine por sentir así. 



Por todo ello, levanto mi copa y brindo con vosotros. 


Y porque instante a instante construimos el futuro. ¡A por él!